La era de la desinformación

 

La era de la desinformación

Fuente: Pixabay


La incertidumbre es una maleta de mano que cada uno de nosotras y nosotros llevamos de manera involuntaria. Nos encontramos en muchas ocasiones con una sensación permanente de desorientación, algo que nos dificulta entender la realidad social.

Si bien es cierto que la sociedad hoy en día se ha vuelto altamente compleja, pues no solo tenemos que lidiar con la realidad material en un término platónico del «mundo sensible», sino que además convivimos con otra realidad paralela, una dimensión que se asemeja mucho a las descripciones también platónicas del mito de la caverna. En esta famosa alegoría de Platón, donde las personas están maniatadas contra la pared de una cueva mientras otros las manipulan con sombras y demás engaños, nos encontramos, hoy en día, la mayoría de ciudadanas y ciudadanos.

Y es que el surgimiento de las nuevas tecnologías de la información, las redes sociales y la digitalización, ha conllevado un impacto tan trascendental en la sociedad que aún estamos midiendo las consecuencias de dichos procesos.

La revolución digital ha soltado una bomba nuclear de datos y material informativo, tanto de carácter audiovisual como escrito. No obstante, la forma, la calidad y la intención de esta información presenta una gran problemática. Es decir, somos la sociedad con más información a su alcance de la historia y, sin embargo, estamos muy desinformados, quizá más que hace décadas.

Carl Sagan afirmaba ya en la década de los 90 como éramos una sociedad que estaba evolucionando de manera técnico-científica a pasos agigantados. Sin embargo, el gran grueso de la población cada vez tenía menos conocimientos sobre ciencia. Pero Sagan no hablaba solo de saberes científicos como las matemáticas, la física o la biología, también nombrada otras disciplinas importantes como las ciencias sociales, el derecho, la economía o la propia filosofía.

Respecto a lo planteado por Sagan, nos surgen varías cuestiones que tienen un interés más actual que nunca: ¿A cuántas personas se les da formación en los colegios para detectar bulos, información sesgada, anticientífica, discursos de odio, históricamente falsa, falacias y un largo etcétera? A muy pocas, por no decir a ninguna. El problema no sería tan grave, quizá, si los canales comunicativos transmitieran la realidad de manera ética y rigurosa, pero aquí llega otro gran apoyo hacia la desinformación; y es que las instituciones que nos informan tienen un gran problema con el código deontológico del periodismo. Con esto no quiero decir que no existan muchos periodistas honestos, pero valga la redundancia, siendo honestos de nuevo, el problema dentro del campo informativo frente a la cantidad de bulos y fake news que se crean de manera intencionada es como poco alarmante.


Los periodistas corren el riesgo de convertirse en portavoces involuntarios de los grupos propietarios de los medio de comunicación. Autor: Scott Mickelson, 28/03/2017. Fuente: Journal  CC BY 2.5


Así que nos encontramos en una tesitura de doble filo. Por un lado, a los ciudadanos se nos dota de pocas herramientas para afrontar y entender una realidad cada vez más interconectada y compleja. Por otra parte, las instituciones y ámbitos que se encargan de informar, paradójicamente, desinforman intencionadamente.

El derecho a la información ética, de calidad y contrastada, debería ser un factor que vertebre las sociedades democráticas. No obstante, existe una auténtica lucha por quien y como se emite la información hoy en día. En pocas palabras, quien tiene el control de los canales mediáticos (televisión, radio, redes sociales), también tiene un control sobre como se presenta la realidad, o al menos, como la percibimos los demás.

Es precisamente por este motivo, que, en la sociedad de la información, los ciudadanos y ciudadanas estamos más desinformados que nunca, pues, aunque nos encontramos en una sociedad hiperconectada, los grandes volúmenes de información están siendo manejados por los intereses económicos de las élites financieras.

Por tanto, en lugar de recibir una información objetiva para poder tomar decisiones colectivas coherentes, recibimos desinformación premeditada que busca satisfacer los intereses económicos de una minoría. Es decir, desinformar en favor de unos pocos colectivos y a través de lógicas basadas en intereses privados. Con esta tesitura se presenta un paradigma informativo antidemocrático. En cierta manera esto se logra a través de la generación y proliferación de bulos, además de no afrontar el problema político y social que este contexto representa.

En la esfera política dicho fenómeno siniestro de convertir lo colectivo en una especie de caverna platónica donde se juega a engañar y confundir, se observa en la llamada posverdad. Este interesante concepto se refiere a la distorsión intencionada de la realidad, sobre todo cuando se intenta influenciar en la percepción de otra persona a través de su parte más irracional y emocional. La faceta humana irracional y emocional ya ha sido muy explotada por campos como las religiones, las sectas o la propia publicidad. Pero esta misma manera de comunicar que tiene una clara connotación manipulativa se ha vuelto algo bastante habitual en las redes sociales y en el discurso político actual.

Políticos como Donald Trump, Jair Bolsonaro o la propia Isabel Díaz Ayuso usan este tipo de estrategias; lanzan mensajes incendiarios, muchas veces anticientíficos, mentiras, bulos o burdas generalizaciones. Sin embargo, aunque posteriormente la naturaleza de dichos discursos se revele, la sensación en gran parte de la población es que sus mensajes son verdad.

Donald Trump ha criminalizado de manera flagrante a colectivos como los latinoamericanos o musulmanes, sesgadas declaraciones racistas que sembraban una gran polémica. El propio expresidente de EUA llegaba a tachar a estos grupos poblaciones como delincuentes y violadores.

Por otro lado, Trump y Jair Bolsonaro también articularon posturas negacionistas y anticientíficas sobre el COVID-19, siendo muchas de sus afirmaciones criticadas o desmentidas por científicos e incluso cargos públicos del sector sanitario de sus respectivos países. Sin ir más lejos, un estudio de la Cornell University ha catalogado a Donald Trump como la persona pública que más desinformación ha causado sobre la pandemia; poner en duda la eficacia de la mascarilla, hablar de remedios como un supuesto desinfectante que mataba al virus en un minuto o decir que, en realidad, el COVID-19 no era más peligroso que un resfriado son algunas de sus afirmaciones públicas. Por otro lado, el presidente de Brasil Jair Bolsonaro, por ejemplo, ha llegado afirmar que existía una relación entre las vacunas del COVID-19 y el desarrollo del SIDA.

Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la comunidad de Madrid en España, también ha sido partidaria de este tipo de estrategias. Sin embargo, aunque no con discursos tan escandalosos como Trump o Bolsonaro, la actual presidenta de la comunidad de Madrid ha basado toda su campaña política en el ocio madrileño. Ayuso ha presumido de que acciones permitidas en Madrid como salir de fiesta o poder ir a los locales de hostelería eran una expresión de libertad ciudadana frente a las restricciones por el COVID-19 llevadas a cabo por otras comunidades autonómicas o el gobierno central español , todo eso lo hacía mientras los ancianos y ancianas morían en las residencias madrileñas a causa de su gestión nefasta. Su campaña también se centró sobre una absurda dualidad; libertad o comunismo. Tildando a la oposición de izquierdas de totalitarios. El resultado de su política ha sido un triunfo rotundo en las urnas, pese a  la desmantelación progresiva de la sanidad pública, 7000 muertos en las residencias madrileñas, la tercera tasa más alta de mortalidad por COVID-19 de Europa y la primera en muertos totales en 2020.

De esta manera, con todo lo narrado en los párrafos anteriores, vemos como dichos políticos, aunque muchas veces queden retratados, han llegado a gobernar o incluso gobiernan actualmente. La posverdad a día de hoy se ha asentado como norma, vivimos en una doble realidad, la digitalización ha creado una nueva capa de interacción. De esta forma la realidad mediática que muchas veces se presenta en el plano online genera junto con la realidad tangible dos niveles interconectados.

La caverna de Platón. Autor: Jan Saenredam. Año: 1604.

En esta realidad paralela de redes sociales y programas de telebasura, la verdad se vuelve cada vez más difusa y las cavernas platónicas enfocadas al engaño son más fáciles y propensas. La facilidad de crear y difundir una mentira y que se asiente como real es pasmosa. Además, a dicho aspecto se le une algo no menos importante; y es que la sociedad actual tiene un déficit enorme para protegerse de estos productos comunicativos creados para engañar. Somos una sociedad sin pensamiento crítico y eso afecta de manera directa a la sensación colectiva de miedo, incertidumbre y desinformación. Tenemos una propensión de consumir información basura, píldoras informativas que nos ofrecen una solución fácil, sencilla y universal para explicaciones o fenómenos altamente complejos. Unas píldoras que nos conducen hacia el camino más profundo y confuso de la caverna de Platón.


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Comentarios

  1. Siempre se puede maquillar una opinión con estadísticas, métricas, parámetros con una intención de cambiar el pensamiento, con opciones para elegir la menos peor de las que ofrecen


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