¿Cómo se infiltra el fascismo a través del algoritmo?
Las ideas que todas tenemos no son algo innato de nuestra conciencia. Es decir, nuestra manera de pensar, se define y se construye sobre dos factores principalmente: el contexto histórico a nivel macro y el entorno social a nivel más micro (ambas dimensiones siendo dos caras de la misma moneda del sistema capitalista).
La cultura se produce y se reproduce. Esto quiere decir que se genera en un espacio determinado, a causa de unas relaciones sociales concretas y dando forma a unos discursos, ideas, valores, normas y cosmovisiones singulares. La cultura en el capitalismo genera muchos efectos, todos ligados a su función primordial: mantener la organización y el modo de producción capitalista a través de la normalización y la invisibilización de sus procesos.
Así ocurren procesos de tez irracional en el seno de nuestras conciencias: como cuándo compramos un producto, el que sea, y le otorgamos cualidades mágicas, lo fetichizamos, lo relacionamos con la felicidad, con nuestra identidad o con nuestra autorrealización existencial (por ejemplo con la compra de un IPhone).
Así también ocurre que grandes masas de trabajadores se acaban identificando más con discursos idealistas y carentes de evidencia científica material (la meritocracia), pseudo filosóficos (el estoicismo actual), individualistas y reduccionistas (el coaching y el emprededurismo) y otros tantos aún peores que luego abordaremos. Por tanto, el capitalismo se oculta en nuestra mente, y lo que es peor, nos hace partícipes de nuestra dominación.
Cómo decía Marshall Berman, “vivimos en una época donde todo lo sólido se desvanece en el aire”. Quizá esa frase que hace referencia en realidad a la modernidad y a un proceso de intensificación de sus inercias, debamos trasportarla al ámbito del artículo que estáis leyendo, que no es otro que la conciencia. La conciencia es algo imposible de definir en un post de Instagram, pero me tomaré la licencia de encorsetarla en todo aquello relacionado con nuestro pensamiento y experiencia sensitiva que dialoga irremediablemente con el mundo material en el que vivimos.
Sin embargo, la conciencia es traicionera y engañosa, pues es moldeable por el plano que le da vida: el cultural. Llegados aquí debemos preguntarnos, ¿si la conciencia esta influenciada por lo materia, pero sin embargo no responde de manera fiel a como esta se organiza a nivel social, como debemos abordar su entendimiento? Esta pregunta tiene muchas respuestas, pero desde este artículo daremos con una muy concreta: la conciencia hay que abordarla desde la producción cultural.
¿Y qué es la producción cultural os preguntaréis? Esta respuesta es más fácil. La producción cultural engloba a todos aquellos espacios, artes, expresiones, técnicas y tecnologías que producen cultura: sea una festividad tradicional, sea un gran estudio de cine o un canal de streaming.
De esta manera, ¿quién contrala la producción cultural en nuestra sociedad? Así es, quien controla en cierta manera la producción cultural en el capitalismo no es otra que la clase capitalista.
Aquí vamos entendiendo ese fenómeno que hemos dejado entrever párrafos arriba, donde grandes masas de personas trabajadoras no son capaces de tener una conciencia sobre su situación objetivamente material. Pero si son proclives a creerse todas aquellas narrativas que aquí llamaremos capitalismo ciencia ficción.
Este concepto, acuñado por Mark Fisher y luego reutilizado por su amigo Kowdo Eshun, nos habla de una brecha en la conciencia de la clase trabajadora.
Mientras el planeta se hiere de muerte con la crisis climática, las nuevas generaciones de trabajadoras y trabajadores se sumen en una crisis material/existencial sin precedentes y las potencias imperialistas nos usan en los frentes como carnaza por una mísera décima más en su tasa de ganancia. Mientras el fascismo vuelve y nos encostra dentro de la reacción, sin dejarnos vivir en nuestros cuerpos, sembrando en nuestra alma un huevo mezquino de maldad que es muy difícil de extirpar. Mientras todo eso pasa, muchos de nosotros en lugar de entenderlo como lo que ocurre a causa de un sistema autodestructivo, nos lanzamos de lleno hacia una falsa conciencia.
Esta falsa conciencia es un problema fundamental. Es en realidad un efecto de la lucha de clases y es la consecuencia de nuestra derrota a nivel material. La derrota proletaria trae una fragmentación de la conciencia, nos acorrala y nos despoja no solo de nuestra vida sino incluso de nuestra posibilidad de lamernos las heridas odiando a aquel que nos las ha causado.
Sin embargo, el proceso donde todo esto se ha intensificado es en las redes sociales. Donde ocurre un auge de la mistificación, por decirlo suavemente —o, dicho en un lenguaje más llano, de la idiotización de la conciencia colectiva. La red no es un espacio neutro de interacción, sino un dispositivo de producción cultural perfectamente integrado en la lógica del capital. Los algoritmos no se limitan a ordenar información: estructuran la experiencia subjetiva de millones de personas, canalizando su atención hacia narrativas diseñadas para fragmentar, alienar y cultivar conciencias reaccionarias.
Estos son los efectos de tener redes controladas por figuras confesamente ultraderechistas, como Elon Musk o Mark Zuckerberg. Existen, por supuesto, otras figuras implicadas: influencers, gamers, y creadores de contenido en plataformas como YouTube o TikTok, que acaban reproduciendo o acentuando discursos que van desde el negacionismo y la conspiración, hasta la misoginia, el racismo, el discurso irreflexivo antiestado y antiestablishment, la antipolítica y otras perversiones de la conciencia. Cabe añadir que estos efectos parecen impactar de manera más intensa en varones heterosexuales; aunque, para no caer en un esencialismo de género, este matiz requeriría un análisis mucho más profundo.
Insisto: todo esto es consecuencia de vivir en una sociedad donde los medios de producción cultural son de la clase capitalista.
En concreto, esta nombrada consecuencia conforma una estructura comunicativa que favorece las cámaras de eco, fortalece la irreflexividad y la adicción al contenido a propósito (de hecho que hayas llegado hasta aquí leyendo en Instagram ya es ir en contra de las lógicas de inmediatez que se nos impone en dicha red social). Además, premia y refuerza la aceptación y la monetización de discursos que catalogaremos en ese gran abanico de la falsa conciencia, donde entran (el racismo, la conspiraciones, la misoginia, el antimarxismo, el estoicismo, la homofobia, la cultura financiera neoliberal, el patriotismo, y un largo etcétera).
Este proceso, lejos de ser accidental, constituye la base de lo que podemos denominar fascismo cibernético: un fenómeno donde la reacción política encuentra en el ecosistema digital su terreno más fértil. Ya no se trata de las marchas uniformadas del siglo XX, sino de ejércitos de perfiles anónimos (y bots) que difunden odio con la misma lógica con que se comparte un meme. El fascismo se reinventa en el ciberespacio como cultura de masas, donde el algoritmo (que controla en propiedad) opera como su principal aliado.
En este nuevo escenario, la conciencia ya no se fragmenta únicamente por la derrota material del proletariado, sino también por una sobreexposición mediática que modela deseos, temores y creencias. Lo que emerge es un sujeto político incapaz de reconocerse en su situación objetiva y, en cambio, predispuesto a interiorizar narrativas reaccionarias que se le presentan como naturales, auténticas o incluso emancipadoras.
La salida no es meramente ética ni tecnológica: es política y cultural. Inspirándonos en el comunismo ácido de Fisher, podemos imaginar un postcapitalismo marxista que recupere el control sobre los medios de producción cultural. No se trata solo de expropiar fábricas o recursos, sino de reorientar las instituciones, plataformas y espacios simbólicos que hoy moldean nuestras conciencias. El objetivo es crear un modernismo popular que rearticule el imaginario colectivo de nuestra clase, donde la cultura deje de ser vehículo de alienación y vuelva a ser al menos en parte terreno de experimentación social, reflexión crítica y resistencia.
Este proyecto implica desmantelar la maquinaria de idiotización digital, restablecer un ecosistema comunicativo donde los afectos, las ideas y las prácticas no estén subordinados a la lógica del algoritmo ni a la maximización de beneficios, y permitir que la clase trabajadora en toda su diversidad recupere su capacidad de interpretar la realidad material, para así transformarla. Debemos ponernos como imperativo aspirar a una conciencia activa, capaz de reconocerse en su historia, actuar sobre su presente y proyectar alternativas que no dependan de la reproducción acrítica de la dominación cultural del capitalismo. La tarea es inabarcable, pero nos va la vida en ello.
Bibliografía:
Fisher, M. (2016). Realismo capitalista ¿no hay alternativa?. Caja Negra
Fisher, M. Comunismo Ácido. Blog K.PUNK.
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