Leer o no leer: esa no es la cuestión
Leer o no leer: esa no es la cuestión
| Portada de elaboración propia. |
Hace poco se destapó una polémica en redes sobre el tema de la lectura: ¿es necesario leer?, ¿es un privilegio?, ¿una necesidad?, ¿una satisfacción? La polémica en cuestión giraba alrededor de la influencer María Pombo y su alegato asegurando que "leer no nos hace mejores". No entraremos en la cuestión de dicho planteamiento, no nos interesa, pues desde Sociología Inquieta queremos hacernos las preguntas adecuadas.
¿Qué entronca con el acto de leer? En cierta manera, el mero hecho de pensar, de formular ideas, de reflexionar, incluso de persuadirnos, de convencernos y de politizarnos (queramos o no, porque decir que no te interesa la política es lo más político del mundo mundial). Entonces, veamos este texto para comprender, desde el análisis de la producción cultural, cuál es el verdadero problema de la lectura en el seno del capitalismo.
Me voy a tomar la licencia de contaros una experiencia que tuve hace poco. Entré en un gran centro comercial, el cual tiene una sección de literatura muy extensa que duplica con creces el volumen de oferta de libros que cualquier librería de barrio. En sus estanterías, aunque había muchos géneros, reinaba la autoayuda, la cultura económica neoliberal, el conservadurismo y una amplia gama de libros que podríamos catalogar como pseudoliteratura. De hecho, en la portada de este post podéis ver alguno de los libros que se vendían.
Aquí surge la primera pregunta: ¿Nos hace bien leer esa bazofia literaria? Obviamente no ¿Pero porqué no? Vayamos por partes. Nuestro pensamiento, nuestras ideas, nuestra conciencia, no brota de manera mágica de nuestro cerebro (por mucho que se empeñe la neurociencia). Sino que se construye a través de la socialización. Esta palabra describe un proceso determinado y concreto que dura toda la vida, pero que es más intenso en las edades tempranas y que está ligado a cómo el entorno social nos moldea, nos enseña valores, normas, pensamientos, límites y potencialidades de ser y pensar para vivir en sociedad.
La socialización de género sería el ejemplo más claro: la cual nos enseña cómo debemos comportarnos y ser dependiendo del sexo biológico que se nos asigne al nacer (y, por tanto, del código de género correspondiente dentro de un sistema binario —masculino y femenino— y patriarcal).
Nuestro cerebro es determinado, por tanto, por la sociedad. Bien, hasta aquí todo claro. Y aunque mucha gente con disonancia cognitiva diga lo contrario, vivimos una época de total hegemonía capitalista, de hecho la mayor desde que el sistema capitalista se conformó.
Esta hegemonía tiene su repercusión en lo material y en lo cultural, ambas dimensiones indisolublemente entrelazadas. La clase trabajadora vive en sus carnes esa hegemonía material de la clase capitalista sobre ella: teniendo que trabajar cuarenta horas semanales (en algunos países más) hasta lograr jubilarse (si es que eso es posible) o morir.
Pero, además, la hegemonía cultural también nos afecta; de hecho, nos hace relacionarnos con nuestro malestar (debido a que estamos explotados y violentados por la clase capitalista) de una determinada manera (la cual nos hace partícipes de nuestra propia dominación).
La cultura sería un reflejo directo de la organización social, productiva y económica de una sociedad. Es muy complejo encorsetarla en unas frases, pero estaréis de acuerdo conmigo en que la cultura se produce y se vende, y que hay medios y agentes que se encargan de ello: la televisión, la radio, las redes sociales, la escuela y, sí, claro que sí, la industria literaria.
Aquí nos surge la siguiente cuestión: en el seno del capitalismo, ¿qué intereses hay detrás de la producción literaria capitalista? ¿Existe una función política anestésica? ¿De qué manera la autoayuda, la cultura financiera, el estoicismo, etc., nos ayudan a tejer una falsa conciencia? Es precisamente así como nos perjudica la lectura de este tipo de literatura, porque brota de la construcción narrativa capitalista que acaba naturalizando el orden existente.
La parrilla literaria neoliberal es un dispositivo ideológico que disciplina a la clase trabajadora. En lugar de proporcionarnos herramientas para analizar de forma crítica la explotación, la precariedad y las relaciones de poder que nos vertebran, nos empujan a interiorizar la idea de que nuestro sufrimiento se debe a fallos individuales y no a condiciones estructurales. La autoayuda nos dice que debemos ser resilientes, el coaching nos pide que nos reinventemos, la cultura financiera nos invita a pensar como pequeños capitalistas y el estoicismo nos exige aceptar el dolor como destino personal. En todos los casos, la responsabilidad se privatiza y la lucha proletariase se neutraliza.
Lo que se consigue con ello es desarmar políticamente a la clase trabajadora, desviando su malestar hacia la introspección en lugar de hacia la acción organizada de clase.
Y así, querides lectores de este artículo, es como la hegemonía cultural del capital se mantiene: leer este tipo de literatura se asemeja a permanecer en la caverna de Platón: aceptamos las sombras que el capital proyecta —esas narrativas edulcoradas de éxito, de vivir el momento, de resiliencia y de prosperidad individual— mientras la realidad de la explotación permanece oculta (al menos en nuestra conciencia cultural).
Por tanto, lo que parece un camino hacia la libertad se convierte, en verdad, en un mecanismo de sometimiento cultural de la clase trabajadora. Así que leer no nos hará libres, al menos leer lo que el capitalismo nos ofrece, sin duda no lo hará. Pero parafraseando a Fisher ¿hay alternativa? Siempre, ya sabéis que siempre la hay en el devenir del materialismo histórico.
Esa alternativa pasa por lo que podemos llamar un modernismo popular: la necesidad de generar literatura y cultura de manera autónoma al capital, aunque sea difícil, aunque choque con sus maquinarias editoriales y su hegemonía cultural. Hablamos de editoriales vinculadas al marxismo y al anarquismo, de relatos, novelas y ensayos creados por la propia clase trabajadora, capaces de ofrecer una complejidad racional e ilustrada. Un modernismo popular que se levante contra el antiintelectualismo que el sistema promueve, contra los discursos alienantes, irracionales y místicos que nos condenan a la resignación.
Debemos leer. No hacerlo nos limita, nos roba herramientas, nos mutila la comprensión teórica y práctica de la realidad. Pero no debemos leer lo que el capital nos vende, sino leer para escucharnos a nosotres mismes, para organizarnos, para derribar la barrera cultural que sostiene nuestra dominación. Leer para vislumbrar, entre las sombras de esta caverna, los pasos hacia un nuevo mundo. Un mundo que ahora parece —como decía Marx— tan solo un fantasma que recorre Europa, pero que late en cada espacio de resistencia cultural que somos capaces de construir.
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