Diario ciberpunk

 

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Camino por el barrio “chino” de mi ciudad, en España, una urbe de más de 700.000 habitantes; los neones, grafitis, transeúntes y tiendas de tecnología cibernética se entremezclan con la fragancia a ramen, pollo al limón y los olores escatológicos cotidianos que se pegan al asfalto de la urbe en forma de mancha húmeda.

Paro en una tienda donde le compro a una persona de origen pakistaní un micro para mi teléfono inteligente. Las paredes del local, blancas y pulcramente limpias, son acorraladas por vitrinas de smartphones reacondicionados. Sigo caminando avenida arriba y entro en una librería; el misticismo inunda las estanterías, desde el coaching, el mindfulness hasta la autoayuda. La sección de política está dividida en dos; paradójicamente, en la izquierda se amontona la bazofia reaccionaria, manuales de burgueses en contra de una socialdemocracia estéril e igual de verduga que ellos frente a la clase trabajadora. En el lado derecho, Kropotkin, Marx y Engels, El 18 Brumario, El capital, La conquista del pan… las propias contradicciones del sistema mercantilizadas en una estantería de una librería céntrica.

A pocos metros, el Fnac vende la gallina de los huevos de oro del capitalismo cibernético, el iPhone, un dispositivo hecho un fetiche de un fetiche; cuando lo miras, todo menos el móvil es lo que te genera su pulsión visual.

Mientras mi compañero de investigación me habla a través de un smartphone desde otra de las ciudades más abarrotadas del país, acortando la relación entre tiempo y espacio a nada, empieza a llover. Una persona en situación de calle intenta resguardarse apoyando su espalda sobre la sucia pared, le falta una pierna, se arrastra. Levanto la mirada y entonces el paisaje me envuelve: las luces de neón del barrio “chino” se entrecruzan con las bicicletas de Uber. El cansancio de trabajar todo el día me pesa en los ojos y la tecnología que nos puede liberar sigue en manos de los burgueses. El ciberpunk ya no es uno de esos paisajes literarios que me obsesionaban, ahora es la vida de toda mi clase social; el ciberpunk es ahora el capitalismo y eso es una mala noticia.

Para quien no lo sepa, el ciberpunk es un género literario que empezó a surgir en el seno de la ciencia ficción allá por los años 70, mientras las tecnologías cibernéticas se hacían camino frente a las industriales, y mientras el primer ordenador se creaba, la ciencia ficción volaba hacia imaginarios futuros que, aunque con muchos matices, se han cumplido.

Blade Runner, Matrix, Akira, Alita Ángel de Combate, Terminator, Arcane, Edgerunners, Alien, Altered Carbon, The Expanse… La lista de influencias ciberpunk en la cultura es inacabable, desde las películas y series que os ponemos de ejemplo hasta libros como Neuromante, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Crash… La cultura se adelantó al paisaje que estaba tomando forma, y nos advirtió de los designios de un capital que subyugaba la técnica y la tecnología para su propio beneficio. Así, el ciberpunk nos habla de grandes megalópolis capitalistas, vigiladas hasta la saciedad por el panóptico de Foucault, que deja de ser una metáfora para convertirse en algo real gracias a la tecnología cibernética instalada en nuestra casa e incluso en nuestro cuerpo.

En las historias ciberpunk, esta tecnología cristalizada en implantes que permiten hibridarnos y tornarnos cíborgs, está controlada en su gran mayoría por grandes compañías capitalistas que superan a los gobiernos. Por tanto, la débil democracia que ahora a duras penas se sostiene se ha esfumado. En su lugar, empresarios, magnates y estados totalitarios dirigen la vida de una población que se amontona frente a las luces de neón y la precariedad.

En la actualidad, los smartphones forman parte de nuestro cuerpo, y sobre todo de nuestra estructura cognitiva. La manipulación y la idiotización política a causa de los algoritmos crece, y la alianza entre los estados capitalistas y la cibernética genera, como os comento al inicio, que el paisaje en el que hoy respiramos ya no sea una ficción.


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Lo peor de todo esto no son los avances tecnológicos, pues estamos convencidos de que en toda esta tecnología cibernética se encuentra un potencial emancipador y liberador del yugo del monstruo capitalista. Lo más preocupante es el envoltorio con el cual se nos venden estos productos. La propaganda capitalista que se reproduce constantemente en cualquier pantalla muestra un mundo falso-utópico y totalmente alejado de la realidad; en los anuncios hay repartidores de Uber sonrientes, todos hombres blancos de unos 30 a 35 años, bien peinados, completamente aseados y deseando llevarte a cualquier hora aquello que necesitas. No obstante, la realidad es completamente diferente. Desde mi pequeño balcón de un piso de 29m² observo como personas de origen migrante se reúnen con sus bicis a la espera de que cualquier establecimiento les ordene llevar comida a domicilio, da igual si llueve o hace un calor insoportable, son los soldados del delivery, Uber o Glovo que han de cumplir con sus misiones sin perder ningún segundo, pues todos sus movimientos son mapeados, cuantificados y puestos al servicio del control, la vigilancia y la explotación laboral.

Nos han hecho inmunes al sufrimiento de las clases trabajadoras, queremos pasear por nuestras ciudades sin ser atropellados por los “riders” ja ja -perdón por las carcajadas, pero parece que en inglés todo toma un aire menos deshumanizante-.

Sin embargo, todo esto solo es la punta del iceberg. En nuestras cabezas siempre se reproduce, acudiendo al recuerdo y a la imaginación, la mítica escena de Matrix donde Morfeo le dice a Neo que si se toma la pastilla roja le mostrará hasta dónde llega la madriguera del conejo.

Más allá de los teléfonos inteligentes o cualquier otro dispositivo smart, las tecnologías cibernéticas hunden sus raíces en lo más profundo de una realidad que ya no es únicamente material, sino también digital. No queda nada en este mundo que no pueda ser digitalizado, mercantilizado y rentabilizado económicamente.

¿Cuánto tiempo queda para que en nuestras calles encontremos tiendas donde se nos vendan kits de edición genética?, ¿cuánto falta para que en los supermercados se puedan adquirir alimentos creados en laboratorios o impresos en 3D?, ¿qué ocurrirá cuando las masas trabajadoras se vean desplazadas por robots, algoritmos e inteligencias artificiales? De nuevo, los peores imaginarios ciberpunk pueden hacerse realidad.

En una ciudad próxima a la urbe ciberpunk de Barcelona encontramos la llamada Fundación Cyborg, un espacio donde poder aumentar tus sentidos para… ¿oír más?, ¿ver más?, ¿oler más? Todo siempre ha de ir en aumento, no puede haber una Fundación Cyborg que busque mejorar la calidad de vida, no, solo se piensa en aumentar las capacidades que ya tenemos desarrolladas. Mientras pienso en esto, mi compañero, a unos cientos de kilómetros de distancia, me envía un reel donde se muestra, en una marquesina publicitaria, un anuncio sobre edición genética de bebés para aumentar su IQ: los llamados bebés a la carta.

La edición genética puede esconder la capacidad humana de erradicar enfermedades mortales como el SIDA, el cáncer o cualquier otra enfermedad genética degenerativa, pero la utopía cibercapitalista la instrumentaliza para cumplir los nuevos mandatos genéticos bajo eslóganes publicitarios como los de “Sydney Sweeney has greet jean” y no, aquí no hablaban de la ropa -jean- de esta actriz, sino de su genética -genes-.

Y esperad, pues esto no termina aquí. ¿Crear bebés en úteros artificiales sin la necesidad de un parto vivíparo?, ¿estamos en una escena de Matrix nuevamente?, no, hoy también empieza a ser posible gracias a las tecnologías de reproducción. Lo perturbador de esto es que serán bebés creados por empresas tecnológicas, replicantes los llaman en Blade Runner. Cuerpos sintéticos sin legado ni parientes, numerados y producidos en serie que servirán como mano de obra esclava pues: ¿qué categoría les corresponderá?, ¿pertenecerían a la especie humana o serían replicantes?, ¿tendrán derechos?, si pueden editarse genéticamente al 100%, ¿podrán eliminar el gen de la agresividad MAOA y convertirse en siervo complacientes con aquellos que puedan comprarlos? Una realidad que no está frente a nuestros ojos: un viaje a la profundidad de la madriguera ciberpunk.

Y por cierto, os acordáis de esa escena en Blade Runner 2049 donde el protagonista se encuentra con un holograma desnudo que le dice: “puedo darte todo lo que deseas”. Pues bien, ahora toda persona podrá encontrar “el amor y su pareja perfecta” gracias a las chicas virtuales. Simulaciones hipersexualizadas de cuerpos femeninos que se venden como chicas perfectas, sin dramas y con una memoria superior a la de una persona humana.

Mientras observo un video anuncio sobre esta temática que también me envía mi compañero, la voz sensualmente programada de la chica virtual se combina con una música dark techno propia de las películas ciberpunk, susurrando; “puedo enviarte fotos personalizadas y puedes verme como tu quieras, sí, incluso como tu crush del gimnasio”.

No hables con ninguna persona, descárgate a tu chica virtual y cumple tus fantasías más perversas desde tu sofá mientras sostienes la tecnología onanista del Capital.

Ni la mente de Ballard, guionista de películas como Crash, o películas como Videodrome de David Cronenberg, hubieran conseguido esta atmósfera que mezcla erotismo, ciberpunk y distopía cibercapitalista.

Pero no olvidemos lo que se ha dicho anteriormente: todo queda digitalizado, mercantilizado y rentabilizado económicamente y, ¿cuál es esa última frontera que el cibercapitalismo está mercantilizando?, la muerte.

Singularidad tecnológica, paraísos religiosos 2.0, la vida más allá de la carne… todo un nuevo terreno que explotar cibernéticamente. ¿Quieres que tu asistente virtual tenga la voz de la persona que ha fallecido?, ¿quieres que una copia sintética viva por ti en internet y envíe mensajes a tus seres queridos?, ¿copiar tu consciencia a un soporte de silicio y poder ejecutarlo en cualquier dispositivo smart? Esto que parece un resumen de la serie de Altered Carbon ya es real. Amazon, Google, Microsoft, Meta y cualquier corporación tecnológica ya buscan la inmortalidad digital, la subida de cerebros a la red. El miedo a la muerte se combate cibernéticamente, ya no hay muerte, solo una nueva enfermedad que combatir, el último boss en esta mala partida de rol.

Su utopía ciberfuturista es la distopía ciberpunk de las clases trabajadoras. Nos venden el futuro con un bonito papel de regalo y muchas luces de neón, pero detrás de estos bonitos envoltorios y las brillantes luces está la realidad del Capital: la subyugación cibernética a los deseos económicos de las Coorp-Gob, las corporaciones tecnológicas trabajando mano a mano con Estados cada vez más totalitarios.

Sin embargo, como en toda novela o producto cultural ciberpunk, existe la resistencia, los esquizofrénicos-ciberpunk que desde sus escasos recursos y sus trincheras construidas con chatarra tecnológica, buscan plantar cara a la propaganda cibercapitalista señalando y mostrando que otra realidad es posible, deseable y habitable. Enganchados al ciberpunk, atados al cable y conectados a la red, buscamos ser edgerunners: corredores del límite que muestren las posibilidades emancipatorias y liberadoras de toda esta materialidad tecnocientífica.



*** TRANSMISIÓN TERMINADA ***

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