Spinoza y el materialismo radical
Spinoza y el materialismo radical
| Portada de elaboración propia |
¿Piensas que hay una vida más allá de este aire que respiras y de la tierra que chafas? Esa dualidad se remite a una concepción filosófica que separa el alma y el cuerpo llamada dualismo. El cuerpo es imperfecto para el dualismo: impuro, está supeditado al mundo sensible, material, esporádico. Sin embargo, el alma (o el espíritu) proviene del mundo divino, de dios, es imperecedera, es el estadio anterior y absoluto.
Esta dualidad nos ha llevado a cuotas de irracionalidad que han arrasado grandes paisajes en guerras santas, que han quemado a herejes en hogueras, y que han naturalizado organizaciones sociales jerárquicas y despóticas.
Sin embargo, ya en el siglo XVII hubo un pensador que dejó atrás dichas concepciones sobre lo divino, dándonos una herramienta de un valor incalculable contra el misticismo y la idea de transcendencia, su nombre era Baruch y su apellido Spinoza.
La vida de Spinoza conforma una historia sorprendente y dura. El judío sefardí fue un hombre perseguido y desterrado de su comunidad. Y lo fue por sus ideas profundamente radicales para su época, tan radicales que despertaban miedo e interés a partes iguales.
Sin embargo, la historia de Spinoza no es únicamente una historia ligada al rechazo, sino también una historia ligada a la convicción y defensa de sus pensamientos.
Spinoza creyó tan fervientemente en su obra y la propuesta ética y política que defendía que acabó jugándose la vida y viviendo bajo una precariedad y soledad del todo injustas. Gracias a que en ocasiones la justicia aleatoria hace acto de presencia, actualmente está considerado como una de las figuras más importantes de la historia de la filosofía.
Pero profundicemos más, acompañarme a conocer su vida y también su pensamiento, que os prometo que son más actuales y necesarios que nunca.
La vida de la familia Spinoza está traspasada por el éxodo judío de la Península Ibérica, su familia huyó a Portugal a causa de la persecución de la Inquisición Española a los judíos sefardíes (marranos). En Portugal no tardaron muchos años en surgir las mismas políticas racistas hacia su comunidad, así que finalmente viajaron hacia Ámsterdam, donde los padres de Spinoza se asentaron en la prospera comunidad de judíos de la ciudad. En este enclave nació en 1632 el propio Spinoza.
Las lenguas que más dominaba Spinoza eran el español y el portugués, posteriormente el Latín y el holandés, que nunca dominó tan bien como sus lenguas maternas. Influenciado por la literatura ibérica cómo Maimódes, Cervantes, Quevedo, así como autores como Cicerón Séneca, Hobbes, Descartes, etc. pronto se pasó a leer autores no muy populares dentro de la teología judía, autores incluso blasfemos.
Por respeto a su familia Spinoza mantuvo sus disertaciones filosóficas a escondidas, pero una vez fallecido su padre, el pensamiento de Spinoza fue expuesto por voluntad propia.
Su vida en este momento dio un cambio radical, expulsado de su comunidad; prohibido intercambiar palabra a cualquier miembro de la comunidad judía con él, y teniendo que hacer frente a intentos de asesinato, además de serle prohibido seguir con la actividad comerciante de su padre, Spinoza se acabó mudando a un suburbio periférico de Ámsterdam.
El documento de su expulsión de la sinagoga de Ámsterdam decía así:
Excomulgamos, maldecimos y separamos a Baruch Espinosa, con el consentimiento de Dios bendito y con el de toda esta comunidad: delante de estos libros de la Ley, que contienen trescientos trece preceptos […]; la excomunión que Josué lanzó sobre Jericó, la maldición que Elías profirió contra los niños y todas las maldiciones escritas en el libro de la Levy; que sea maldito de día y maldito de noche; maldito cuando se acueste y cuando se levante; maldito cuando salga y cuando entre; que Dios no lo perdone; que su cólera y su furor se inflamen contra este hombre y traigan sobre él todas las maldiciones escritas en el libro de la Ley (…)
Lejos de rendirse en esta época tumultuosa, acabó trabajando de pulidor de lentes utilizadas en instrumentos ópticos. Un trabajo humilde pero que le permitió sobrevivir mientras iba ampliando su obra.
Con el tiempo Spinoza se mudó a la localidad de Rijnsburg, en Leyden, aquí escribe y publica en 1663 dos obras (las únicas que se publicaron en vida firmadas con su nombre): Principios de la filosofía de Descartes y Pensamientos metafísicos.
Durante su traslado a La Haya comienza a escribir La Ética demostrada según el orden geométrico, es en este libro donde de manera sólida rompe, entre muchas otras cosas con el dualismo cartesiano y la trascendencia. Habían más precedentes dentro de la filosofía clásica como Epicuro, pero en el contexto de Spinoza, su concepción fue del todo subversiva.
Spinoza, en el prefacio de la cuarta parte de su Ética nos regala la famosa frase Deus sive Natura (“Dios, o sea, la Naturaleza”), con la que afirma que la trascendencia carece de sentido. Dios era todo y a la vez era nada, al menos Dios no era una figura antropomórfica, masculina y blanca. Dios no era si tal una figura humanoide, más bien era el conjunto inabarcable de la realidad en la que vivimos; lo cual solemos llamar también naturaleza.
¿Pero porqué este pensamiento se nos presenta cómo fundamental hoy? En primer lugar, el materialismo radical de Spinoza choca con el dualismo de Descartes, donde la realidad se dividía entre el mundo divino, donde el alma regresará y de dónde viene, y el mundo terrenal, gobernado por una jerarquía que refleja la ontología divina del cristianismo. Aquí es donde Spinoza resuena con fuerza a través de su monismo, pues si el alma y el cuerpo son una única cosa que comparte espacio y realidad no trascendente, entonces, las leyes divinas que vienen desde olimpos omnipotentes no tienen sentido. Sin embargo, y aunque queda claro que esta noción dual de alma-cuerpo y todas sus vertientes sociales deben ser superadas, no era el caso de la concepción judeocristiana y tampoco de la capitalista.
Así es, el capitalismo actualmente sigue presentándose desde un dualismo cartesiano (pero encubierto). Por eso, cuando el liberalismo erige al mercado como nueva ley natural, reproduce justamente aquello que Spinoza había superado: la instauración de un principio falsamente trascendente que pretende regir la realidad material.
Es decir, el capitalismo y su ideología nos dice que la manera común, normal y natural de gobernar es precisamente la que él mismo nos impone. Todo lo demás es antinatural, utópico, irrealizable incluso incoherente. Sin embargo, el capitalismo tan solo es una opción más de organización social entre otras y, por cierto, nos está yendo bastante mal con ella.
Por tanto, y volviendo a Spinoza, al sostener el holandés que sólo existe una única sustancia en la que pensamiento y extensión son modos de una misma realidad, disuelve toda escisión entre lo ontológico (el plano que se refiere a la estructura fundamental del ser y de cómo está constituida la realidad) y lo material.
Esto nos lanza hacia un posible libre albedrío social. Es decir, la posibilidad de a través de la razón, la comprensión de las pasiones, el deseo y lo axiológico (sistemas de valores) poder gobernar con coherencia y sobre todo enfocados en la felicidad y el bien nuestra vida y nuestra comunidad.
Mientras la razón instrumental que impera en la Modernidad y el capitalismo termina en una instrumentalización de la técnica y la tecnología que es adhesiva a una explotación de todo ámbito posible, incluido el humano, la razón de Spinoza desemboca en el conocimiento hacia lo común.
Es precisamente esta última acepción, communis, la que construye una ética convertida a través de la potencia compartida. Recuperar la razón spinoziana implica, por tanto, restituir su carácter inmanente y común. Solo desde esa comprensión puede pensarse una ontología que no separe pensamiento y acción, concepción y práctica, tal como propondrá posteriormente Karl Marx en su crítica del capitalismo y su propuesta a través del comunismo.
Contraportada: Elaboración propia.
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