La cultura en la era del capital
La cultura en la era del capital
Women with flowers detail, Alfons Mucha — F. Champenois Imprimeur-Éditeur. Created: 1 January 1897 |
¿Podemos realmente identificar
algún «momento de verdad en medio de los más conspicuos «momentos de falsedad»
de la cultura posmoderna? E, incluso si podemos efectivamente hacerlo, ¿no hay
en última instancia algo paralizante en la visión dialéctica del desarrollo
histórico propuesta más arriba? ¿Y no tiende ello a desmovilizarnos y a
someternos a la pasividad y a la impotencia mediante la anulación sistemática
de toda posibilidad de acción bajo la bruma impenetrable de la inevitabilidad
histórica? — Fredric Jameson, La lógica
cultural del capitalismo tardío-
Vivimos una época extraña en
cuanto a nuestra relación subjetiva con el tiempo. Seguro que muchas y muchos
de los que leéis este texto reconocéis que habéis interiorizado la premisa de
la inevitabilidad del tiempo que nos ha tocado vivir. En el fondo, podemos
observar cómo estamos viviendo lejos de una posible victoria hacia el cambio.
¿No existe una autonomía en nuestra acción? ¿Cuáles son los grilletes que nos
sujetan a una desafección política del todo irracional que niega el dinamismo y
el cambio inherente a las sociedades?
Para contestar a esto, debemos
comprender la noción de cultura que Jameson, el autor de la cita inicial,
contempla. Para el estadounidense, la cultura es una relación entre las
estructuras económicas, sociales y políticas de un tiempo sociohistórico concreto.
Es decir, las nociones que hablan de la cultura como un ente abstracto e
independiente de lo material son profundamente erróneas; la cultura y todas sus
expresiones están estrechamente vinculadas a las condiciones de producción y
reproducción de la vida. Por tanto, en el capitalismo, la cultura será un
reflejo fantasmático, en ocasiones alzado en el plano de la idea y el
pensamiento, pero siempre proyectado desde el capital y las relaciones que
conforma.
Por ejemplo, el protocapitalismo
o capitalismo inicial estaba asociado al realismo. El siglo XIX, fue un
tiempo donde el capital emergía como un dios joven y vigoroso, y la
industrialización rompía la tierra con sus motores de vapor y los éxodos
rurales. Los estados burgueses se conformaban y la cultura representaba la
realidad de una manera detallada y fiel. En esta época existía una necesidad de
expresar estos cambios profundos, que vio su mejor vehículo en el realismo.
Había un interés por comprender el drástico cambio que el capitalismo generó en
la vida cotidiana de las personas. Las novelas realistas cruzaban este umbral
para intentar explicar los nuevos ambientes, trabajos, espacios y relaciones
entre clases que determinaban su presente. La novela Papá Goriot de
Balzac es un buen ejemplo de un relato que nos transmite cómo la mercancía,
el capital y la estructura social pasan a ser fundamentales en la vida
cotidiana.
Hubo más ejemplos. La novela David
Copperfield, escrita por Charles Dickens, cuenta una historia
meritocrática (con muchos matices, pues hay una clara crítica a los
condicionantes que permiten un ascenso social: capital cultural, capital social,
ayuda, etc.), donde el protagonista pasa de la pobreza al éxito.
El realismo también
exploró las contradicciones que se empezaban a asomar de manera clara en el
capitalismo, donde la desigualdad de clases, la explotación del proletariado y
la alienación irrumpían con fuerza en una realidad que los discursos burgueses
de progreso, igualdad y bonanza intentaban ocultar. Dickens, otra vez,
es un buen ejemplo de esto con su novela Tiempos difíciles.
Pero con el tiempo, el
capitalismo cambió; la industrialización dio paso al imperialismo, y
este a la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Las contradicciones
inherentes al capitalismo brotaron como grandes demonios que arrasaban pastos y
nos devolvían el reflejo de un abismo insondable que contenía mil máscaras y
mil almas, todas diferentes y todas dentro del crisol de la humanidad, capaz de
lo mejor y de lo peor. En este contexto histórico surgió el modernismo,
y este nuevo movimiento cultural, como podéis imaginar, era hijo de la nueva
forma que había tomado el capital en el capitalismo avanzado. La economía se
hacía abstracta, global y omnímoda; las guerras, la barbarie y el peligro de
riesgo dentro de una promesa de estabilidad rasgada cambiaron nuestra
percepción del tiempo y el espacio. Las certezas se desmoronaban y el
realismo dio paso a un modernismo que intentaba lidiar con la
fragmentación del mundo, recogiendo los fragmentos putrefactos del capital.
La dificultad comprensiva de lo
real se plasma en novelas históricas como el Ulises de Joyce o El
proceso de Kafka, donde los personajes (y los lectores) son arrojados a
laberintos en forma de matrioska, donde las cavernas platónicas están unidas
unas con otras en una realidad que nos da vértigo. No obstante, la realidad del
pasado es inestable, pero aún hay hueco para la revolución y el cambio.
Sin embargo, la cultura y su
historia, que no es otra que la historia del capital, continúan desarrollándose
hasta nuestros tiempos. En el posmodernismo, Jameson nos advierte cómo
la historicidad y la realidad se disuelven en una especie de ficción
presentista. El modernismo nos narraba la angustia de un mundo en ruinas
que intentaba salvarse; el posmodernismo nos muestra un mundo inmóvil,
totalmente amordazado por la lógica del capital, que ha tejido una gran cúpula
alrededor del sujeto humano.
Es el tiempo el que queda
atrapado aquí: el pasado pierde su memoria y su profundidad, la cultura se
transforma en un simple mapa espacial, donde los signos muestran un objeto
desprovisto de significado: todo es una mercancía.
La pérdida de nuestra claridad
realista es un síntoma del tiempo actual, el capitalismo tardío, donde la
estructura económica, social e ideológica ha dejado de ser visible. El capital,
como un dios generador de la realidad a todos los niveles, parasita la cultura,
provocando que esta ya no pueda encontrar un afuera para poder criticarlo y
encender la llama del cambio.
Sin embargo, aunque Jameson
reconoce la gravedad de la situación, no renuncia al futuro marxista. Él cree
que debemos recuperar la conciencia histórica haciéndonos valer del
materialismo histórico. Debemos resistir esta lógica del presente y el fin de
la historia, construyendo una visión política dinámica que comprenda y luche
por los conflictos, y una cultura que huya de las lógicas del capital e intente
recuperar una historia material que impregne otra vez de significados
históricos la cultura del proletariado.
Debemos, por tanto, hacer frente
a esta gran totalidad capitalista, juntar los fragmentos e intentar explicar
esta complejísima realidad sin caer en la nostalgia del pasado ni en la
complacencia de una cultura que, aunque se vista de progresista, nace y muere
con el capital.
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