El misticismo desde Henri Lefebrve: un enemigo mortal del postcapitalismo
El misticismo desde Henri Lefebrve: un enemigo mortal del postcapitalismo
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El fetichismo
que genera el capitalismo tiene que ver con dos cosas: su capacidad de subyugar
la producción y reproducción de las condiciones de vida al modo de producción
capitalista, y la ideología que, cada vez más y mejor construida por la producción
cultural, acaba generando una continua y avasalladora conciencia capitalista. Esto
se deriva, en la época actual, en el denominado realismo capitalista. ¿Si
absolutamente todas las series, películas, literatura, etc., están producidas
dentro de las lógicas capitalistas, cómo hacemos para generar una conciencia
subversiva? ¿Cómo plantamos cara a es alienación que deriva en una
irracionalidad, un misticismo y una falta de pensamiento histórico, vital para
iniciar un proyecto postcapitalista?
El sociólogo
Henri Lefebvre, en su obra El materialismo dialéctico, criticaba a la
lógica formal (un sistema de razonamiento y conocimiento con su origen en
Aristóteles, donde se busca un método en el que las afirmaciones sean claras,
no contradictorias y estables). Pónganos un ejemplo para entenderlo mejor.
Supongamos que queremos explicar el famoso y tan usado en política concepto de
libertad. La lógica formal trataría de definir la libertad con una definición
lógica, clara, sin contradicciones y cerrada. Por ejemplo: la libertad es la
propiedad humana de pensar y obrar a través de la voluntad de uno mismo.
A simple vista,
es posible que sea una definición muy lógica. Sin embargo, esta definición deja
de lado toda una realidad cambiante, dinámica e histórica, donde la libertad como
tal, se expande mucho más allá de cualquier definición. De hecho, la libertad,
como fenómeno pero también como concepto construido, estará sometida a la
persona, su cultura, su vida, su carácter, su tiempo histórico, siendo una
noción siempre cambiable tanto en el tiempo que se intenta definir como en el
pasado ocurrido y el futuro que vendrá.
En consecuencia,
esto es lo que Lefebvre critica. La lógica formal trata de organizar el
conocimiento de una manera estructurada, pero al hacerlo, muchas veces separa
la realidad de su verdadero movimiento y proceso. Por ende, en lugar de captar
lo que realmente ocurre en el mundo, construye conceptos rígidos que pueden
terminar funcionando como símbolos mágicos y absolutos.
Con el paso de
los años, muchos de hecho, la lógica dialéctica surgió de la mano de Hegel. Con
este nuevo paradigma se buscaba captar el movimiento y la transformación de la
realidad, haciendo frente a la necesidad de entender los procesos entre las
cosas más que las cosas en sí. Tres postulados son los que construyen este
pensamiento: toda afirmación lleva dentro su propia contradicción. La
contradicción no es un error, sino parte del desarrollo de las cosas. Las
contradicciones se resuelven en algo nuevo, como el paso del feudalismo al
capitalismo, donde, aunque hubo un cambio, se mantuvieron algunas estructuras
feudales.
Sin embargo, Lefebvre va un paso más allá, porque, aunque Hegel supera a la lógica formal, acaba, a su vez, paradójicamente, atrapado en un sistema cerrado que inmoviliza artificialmente el movimiento real de la historia y la sociedad. En palabras del propio Lefebvre: "La contradicción no se deja destruir por Hegel mejor que por los lógicos puros. Ella se venga, irónicamente. El hegelianismo quiso terminar con el devenir mediante una visión de éste y encerrarlo en un sosegado círculo. Sólo es un círculo apacible ilusoriamente, un reposo del pensamiento en sí mismo, una realización del espíritu. Él ha querido resolver y sobrepasar todas las contradicciones del mundo; la contradicción e incluso la inconsecuencia han permanecido en el interior del sistema" (pág. 37).
Hegel hace que la historia parezca un proceso que ya tiene un final
predeterminado, donde todo se justifica como parte de un desarrollo necesario.
He aquí lo que nos interesa y lo que nos sirve para aplicar al marxismo y al
postcapitalismo actuales, que, aunque utilicen el análisis materialista e
histórico para comprender la realidad (algo fundamental), pueden acabar
derivando en un pensamiento pasivo, donde, en vez de cambiar la realidad, las
personas solo tratan de comprenderla dentro del sistema hegeliano.
De este modo, la
ironía es que, aunque Hegel quería superar la contradicción, esta sigue viva
dentro de su propio sistema. Su filosofía no logra eliminar las tensiones, sino
que las oculta bajo una apariencia de orden. En ese sentido, el hegelianismo no
es el triunfo de la dialéctica, sino su limitación, porque, en vez de dejar el
pensamiento abierto al futuro, lo encierra en un círculo ilusoriamente
perfecto: "La especulación hegeliana está todavía impregnada de
pensamiento mágico. Proponiendo la participación mágica en el ser absoluto
(concebido como ser y razón), mezcla el esquema mágico y el esfuerzo en una
racionalización profundizada" (pág. 36). Y esto que afirma Lefebvre es un
problema que se traslada a la actualidad.
La despolitización actual y la falta de proyectos está ligada a este misticismo, donde incluso los movimientos que buscan trascender el capitalismo han dejado de lado el análisis sistemático, histórico y materialista de las contradicciones, cayendo en conceptos estancos o reduccionistas y en soluciones mesiánicas que se darán solas.
La historia no ha venido a redimirnos, la historia es implacable, y la utopía
muere en el plano de la idea si no se sostiene en una acción que tenga en
cuenta las estructuras económicas, políticas y sociales que mantienen al
capitalismo.
De hecho, muchos
discursos actuales buscan superar el capitalismo con una especie de fuerza de
voluntad idealista, donde, al parecer, si se adopta una nueva conciencia, se
producirá un despertar colectivo. Pero la conciencia se trabaja desde lo
material, desde la comprensión del materialismo histórico, es decir, de cómo la
historia nos traspasa y nos vertebra como trabajadores, y, además, desde un
proyecto político que remaría por proponer un nuevo modelo de producir y
reproducir la vida social. Por ejemplo, el marxismo o el anarcomarxismo, con
sus diferencias, pero con la defensa de una sociedad de propiedad comunal.
Lo contrario
puede derivar en movimientos políticos chovinistas, donde el mito de la nación
vertebra movimientos reaccionarios, desde el fascismo hasta movimientos
rojipardos. Además, mucha de la denominada izquierda acaba transformándose en
una especie de ideología folclórica, donde los mitos de un pasado idealizado y
progresista son deseables y de posible acceso. Esto nos lleva al gran mito de
la socialdemocracia como sistema coherente, pacífico y justo, mientras las
tensiones imperialistas aumentan y el fascismo acaba normalizándose como opción
común para las democracias burguesas. También existen posturas reaccionarias
dentro del postcapitalismo, como el anarquismo primitivista, que busca volver a
un pasado idealizado en pro de una supuesta pureza ecológica.
Otro caso es el
auge de discursos espirituales en la política, repletos de misticismo, donde se
plantea que el cambio social depende de alcanzar una especie de iluminación que
conlleva salir de la "matrix mental". Estas narrativas pueden parecer
radicales, pero en realidad funcionan como mitologías y no como estrategias
materiales para transformar la realidad. De hecho, son actualmente
instrumentalizadas por el neoliberalismo y su mercado paliativo: estoicismo,
criptobros, incels, etc. Hasta por el propio fascismo, vertebrando una serie de
mitos y razones sustentadas en una voluntad que se hace fuerte por ser
diferente, es decir, por representar un sujeto con una nueva conciencia. Pero
lejos de esto, observamos, como nos decía Henri Lefebvre, que el misticismo
solo nos lleva al idealismo, al engaño, a la incomprensión y a una
irracionalidad ciega que nos acecha desde los albores de nuestro pensamiento
sociológico.
Bibliografía: Lefebvre, Henri. El materialismo dialéctico. Ediciones Akal, 2010.
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