Capitalismo y colapso: ¿qué se esconde detrás del postapocalipsis?

Capitalismo y colapso: ¿qué se esconde detrás del postapocalipsis?

Fotograma de la serie The Walking Dead

Artículo coescrito con Jose Bobadilla (Ilargiakaos). 

El realismo capitalista nos habla de la imposibilidad de pensar más allá del capitalismo, y esto, en el análisis cultural de las distopías, es algo que se ve claramente. A grandes rasgos, todo producto cultural distópico, ya sea este una distopía política o cibernética, enseña la cara más cruda y radical del neoliberalismo y el capitalismo. Pero no podemos dejar de lado otro producto cultural enmarcado, posiblemente, dentro de las distopías, como son las películas o series postapocalípticas. Es decir, aquellas historias que nos cuentan que es del mundo después de una catástrofe nuclear, una pandemia, la caída de un meteorito, los efectos de la crisis climática, una nueva guerra mundial o una epidemia zombi. Por nombrar algunos relatos conocidos.

Una de las características de las distopías comunes es cerrar el telón justo cuando empieza la revolución, ¿pero qué ocurre con las distopías postapocalípticas? No hablamos aquí de películas que viven en el apocalipsis, sino de películas y series donde ya ha ocurrido como The Walking Dead, El libro de Eli, The Road o Mad Max (aunque la podríamos encasillar en el llamado AtomPunk) o El cadáver, que nos introducen directamente en lo que Errico Malatesta llamaría "el día después de la revolución", solo que aquí no hay una postrevolución, sino un postapocalipsis nuclear, ecológico o zombi.

Lo interesante de aproximarse sociológicamente a estas películas es que son un intento de ir más allá del realismo capitalista. Pero, ¿son realmente películas que van más allá del capitalismo? ¿O de qué nos hablan exactamente estas películas?

Fotograma de la película El cadáver (2020)

La película El cadáver (2020), de la plataforma Netflix y dirigida por Jarand Herdal, nos sumerge en un mundo sin Estado, sin gobierno, sin policía y sin recursos públicos. Introducidos en esta sociedad—aunque podríamos decir que, en estos postapocalipsis, la sociedad burguesa, industrial y moderna ha perdido todo su significado—las personas y pequeños grupos familiares sin recursos y desposeídos de todo malviven sin aparente contacto alguno unos con otros. Sin embargo, un grupo de personas poderosas que viven en un hotel consigue apaciguar la situación de hambruna de manera caníbal.

Fuera de esta breve presentación de la película, ya que esta en sí no es el objeto de análisis, tenemos que profundizar en las cuestiones sobre la esencia de la naturaleza humana y los valores que el capitalismo ha naturalizado.

En consecuencia, nos encontramos con que esta película y otras del mismo estilo son un reflejo de la naturalización del darwinismo social. En otras palabras, la defensa de que una férrea competitividad es la que marca nuestra forma de ser humanos: pequeños grupos humanos o sujetos indefensos que intentan sobrevivir evitando a los grandes depredadores que, en estas filmografías, son grupos de humanos más grandes y con más poder, dirigidos en su mayoría por un hombre autoritario y con una moral cuestionable, donde lo único que se ambiciona es apoderarse de los escasos recursos bajo la excusa del bien común (normalmente ligado a la garantía de seguridad y estabilidad). Un bien común donde la propiedad privada, la depredación y expoliación de recursos y la maximización de beneficios son el único motor que impulsa a ese grupo dominante.

Nótese que, también en estas figuras o grupos dominantes, la idea de libertad resuena como la libertad de los liberales capitalistas: la libertad y, con ella, la sobrevivencia del grupo solo es posibles dentro de este sistema, acatando sus reglas y sometiéndose a la figura de poder. Pues, aunque no podemos decir que estos grupos sean burgueses al uso, sí son sus herederos en cuanto a valores y posición social.

Fotograma de El libro de Eli (2010)

En pocas ocasiones, los postapocalipsis plantean una revolución, y, en caso de plantearse, esta se ve sofocada y aplastada por el grupo dominante. Pero, por ejemplo, en la película El libro de Eli (2010), dirigida por Albert y Allen Hughes, nos encontramos con la figura del héroe solitario. En concreto, la historia nos sitúa en un mundo devastado por una guerra nuclear, donde la civilización ha colapsado y los pocos supervivientes viven en un estado de violencia y escasez extrema. En este contexto, Eli (interpretado por Denzel Washington) es un viajero solitario que recorre los restos de Estados Unidos siguiendo lo que él considera un propósito divino: llevar un libro sagrado al oeste, donde cree que servirá para restaurar la sociedad. Este libro, que más tarde se revela como la Biblia.

Profundizando en el arquetipo que el personaje de Eli representa, esta figura del héroe la arrastramos en Occidente desde narrativas clásicas como La Odisea, donde el astuto Ulises intenta volver a su querida Ítaca, su hogar, donde fue rey y donde su amada Penélope le espera. Aquí llegará Ulises finalmente, logrando un retorno a su pasado, cerrando el círculo dentro de un eterno camino donde solo hay lugar para el individuo. Como podemos observar, el rastro de la colectividad escasea en la tragedia, y el rastro de un camino hacia algo nuevo también.

Por tanto, la cuestión dentro de esta narrativa cultural es observar cómo los postapocalipsis tampoco plantean una salida al realismo capitalista, sino que siguen poniendo frente a los espectadores la naturalización del darwinismo social radical, donde lo único que impera sigue siendo la lucha de clases y los valores del mercado neoliberal, presentados como la naturaleza humana

Fotograma de la película The Road (2009)

Algo similar ocurre en la película The Road (2009), basada en la desgarradora novela de Cormac McCarthy, donde un padre, férreo en unos valores éticos y humanistas, mantiene la esperanza frente a una vida planetaria que se extingue. El protagonista intenta salvar y proteger a su hijo en una sociedad moribunda, con ecos de un infierno en la Tierra, donde bandas de caníbales patrullan bajo una nube global y oscura que no deja ver el sol. En esta historia, como decimos, la descomposición social es total, sin posibilidad de reestructuración. No obstante, la película refuerza la idea de que, una vez colapsado el sistema capitalista, la única opción es el salvajismo absoluto o la lucha desesperada por mantener una mínima ética en un mundo sin normas. El protagonista y su hijo encarnan la resistencia moral frente a la lógica del "sálvese quien pueda" del darwinismo social, pero su lucha se muestra como excepcional y destinada a la extinción en un entorno naturalizado como hostil y bárbaro.

Fotograma de Furiosa de la saga Mad Max (2024)

Furiosa, de Mad Max, sería el último ejemplo de este tipo que os mostramos. La película de 2024, realizada por George Miller, plantea una sociedad postapocalíptica donde el poder se estructura de manera feudal y extractivista, con una dominación de los recursos (agua, petróleo, armas) por parte de los caciques de la guerra del desierto australiano, los cuales reproducen dinámicas de explotación extrema. Pese a ello, a diferencia de The Road, aquí sí existen conatos de resistencia organizada e insurgencia contra el poder de los señores de la guerra, dentro de un marco donde la violencia es el principal vehículo de transformación social. La protagonista, Furiosa, es una niña que vive en una aldea ecosocialista matriarcal, donde el agua fluye, la vegetación aún es abundante y la paz y la igualdad reinan bajo una propiedad comunal. Es esta una visión idealizada de una sociedad postcapitalista, en este caso bajo una estética solarpunk, donde podemos ver un germen postcapitalista, que, desgraciadamente, acaba esfumándose otra vez con el imperativo del darwinismo social a través de la premisa que subyace en la trama: lo colectivo, pacífico e idílico no es viable y no puede perdurar.

Y, en consecuencia a lo que hemos narrado, volvemos a ver al postcapitalismo como algo idealizado, un espejismo fugaz, imposible de subsistir. Pues Furiosa, la niña protagonista, que luego se convertirá en una tenebrosa y mítica figura de la guerra y el desierto, es raptada por los secuaces del Señor de la Guerra, Dementus. Y, cuando intenta volver a su hogar, descubre, finalmente, que no hay nada. Todo fue un espejismo, y como os decíamos el darwinismo social lo volvía a engullir todo, como si de una tormenta del desierto, natural como el aire que respiramos, nos avisara de la inevitabilidad. Solo queda entonces la Odisea, el camino de llegar a casa, a un refugio, a algo que sea conocido. Ulises, Furiosa, Eli, el padre y su hijo de The Road, todos están condenados al sendero del individuo que no puede sortear la estructura social del capitalismo y sus lógicas naturales.

Fotograma de la serie The Walking Dead

Sin embargo, esto se rompe cuando analizamos series como The Walking Dead, una serie de grandes cuotas de audiencia emitida en FOX, pero que puede esconder un germen postcapitalista claro. En esta historia, los protagonistas intentan constantemente formar una comunidad pacífica y democrática, donde todos son aceptados y todas las personas son consideradas con derecho a sobrevivir. Además, cuando la serie avanza y el grupo de supervivientes logra asentarse en comunidades fijas, a pesar del holocausto zombi que les rodea, surgen enseguida las necesidades de vertebrar una sociedad cooperativa.

En concreto, la comunidad de Alexandria trata de establecer un sistema basado en la democracia y el reparto equitativo de bienes, a diferencia de otras organizaciones antagonistas en la serie como Los Salvadores o Los Susurradores, cuyo modelo autoritario y violento recuerda a los sistemas fascistas surgidos en el capitalismo.

The Walking Dead, por tanto, nos acerca a la dualidad social de la naturaleza humana, mostrando cómo el conflicto sí es inherente a las sociedades, pero ni mucho menos hay una determinación que nos guíe hacia el bien o el mal. Otros modelos sociales, más justos y diferentes al actual, pueden surgir durante o incluso después del apocalipsis.

Como conclusión general podemos decir que los postcapitalismos han de beber del ideal del posthumanismo cultural que propone Rosi Braidotti: un posthumanismo que mire más allá del antropocentrismo ilustrado, el individualismo, el autoritarismo y también de toda lógica de la rentabilidad y explotación económica neoliberal, como mostraría la comunidad de Alexandria en The Walking Dead. Aunque el postapocalipsis pueda plantear, aparentemente, cómo sería un mundo no capitalista (dado que el sistema ha llegado a su fin), no deja de ser una muestra más de la imposibilidad de pensar otra manera de ser humanos. 





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