Prósôpon, Phersu, Persona

 Prósôpon, Phersu, Persona


Una esfera opaca seguida por un torso, dos brazos y dos piernas. Seguro que a toda persona le es muy fácil imaginar el símbolo inequívoco de un individuo. Ya los humanos en tiempos prehistóricos, en profundas cuevas, alumbrados por la luz de la antorcha originaria de la conciencia, pintaban esta figura sobre la roca. Múltiples efigies dando caza a un herbívoro. Cada una de ellas es una persona que existió, separada de las demás, por lo menos en pensamiento.

Es complejo adentrarse en el concepto de individuo o de “yo”. Ahora mismo, mientras se lee este texto, cualquier persona tendrá relativa facilidad para hacer un ejercicio de autopercepción y ser consciente de que es una conciencia separada de las demás otredades con las que interactúa. La realidad se construye desde el “yo”, pero siempre en relación con un “otro”: no habría realidad sin interacción y, por tanto, sin colectivo.

Sale aquí el otro concepto que en principio está relacionado -se podría decir que es el complemento correcto para entender el término de individuo- el colectivo. Los individuos humanos y humanas forman parte siempre de un grupo, un grupo social. Las personas son animales sociales y, por tanto, incluso la identidad individual es forjada a través de la interacción social. Sin interacción social no se es una persona, se es otra cosa, una otredad alejada de lo humano; posiblemente algo aterrador y aterrado al mismo tiempo.

Se viven tiempos de rechazo a esta dimensión fundamental del “yo”; la dimensión social. En realidad, la noción individual de una persona comprendida de manera correcta es el “yo social”. ¿Qué sentido tenía pintar en aquellas cuevas acciones humanas sino transcender la condición individual y compartir un vínculo consciente con el otro? Un vínculo que pueda ser pensado a través del tiempo gracias a la dimensión duradera de los símbolos. El lenguaje trasciende fronteras donde la carne biológica se topa con el abismo.

Desde que una persona nace se encuentra rodeada del grupo, socializándose dentro de la familia, la escuela, los amigos y amigas, el trabajo, el barrio, el bloque de viviendas… El “yo” de cada persona sin duda es más social que la vida misma. Sin embargo, en tiempos injustos, como los del capitalismo actual, donde las crisis aprietan cada vez más sobre el pecho, la justificación de dicha realidad se basa en negar la evidencia colectiva de cada individuo. Existe una guerra velada por negar la dimensión social, pues si se cobra conciencia de lo importante que es esta en la vida de las personas, se tomará conciencia también de la importancia de fortalecer los lazos sociales y comunitarios.

La ofensiva del capitalismo neoliberal que se inició con políticas de flexibilidad, desregulación de mercados financieros, ataque indiscriminado a las alternativas marxistas o al sindicalismo, iban cargados de una gran maquinaria cultural que traía consigo una nueva noción de individuo, un “yo” solitario, en realidad, un caballo de Troya que despoja a una persona del sentido más originario que la conforma.

El nuevo “yo” solitario lo justifica todo, la dimensión sociológica de la realidad es enterrada bajo la alfombra. La mirada humana es forzada a ser unidireccional, una mirada que no observa al otro, sino que lo confronta, ve en él no un lazo sino una competencia. En cierta manera es lógico, pues los grupos humanos han tenido a lo largo de su historia diferentes intereses y condiciones materiales, por tanto, disputas. Pero como en toda disputa, siempre alguien parte con ventaja, y como se ha comentado antes, el polizón del neoliberalismo consiguió enfrentar a la clase trabajadora, la desorientó, la despojó de su “yo” colectivo y la condujo a una gran caminata de retrocesos sociales, económicos, político y existenciales que aún dura actualmente.

Los problemas siempre estarán, la vida nunca será perfecta, pero cuando alguien tiene que enfrentarse a ellos es algo vital, por lo menos, tener claro el punto de partida y, si es menester, tener claro quién eres y con quienes conformas tu propia identidad.

Hoy en día existe una dura reyerta por la noción de lo que es ser una persona. El capitalismo defiende al individuo solitario o, por lo menos, separado. Y defiende con uñas y dientes el derecho a estar libremente apartado. Es un debate, sin duda, pero esta postura lleva inevitablemente a justificar los males colectivos, de los cuales un individuo por su condición de serlo justifica también su derecho a no participar y a dejarse llevar por las inercias sociales empujadas por otros. Es así posiblemente cuando no solo se justifica, sino que se da a cabo la barbarie.

La otra parte de la noción de persona es una noción social; una noción que comprende que un individuo trasciende a sí mismo. Por esto mismo existe una necesidad de buscar la justicia colectiva para a su vez acercarse a una comprensión identitaria individual más honesta. Al fin y al cabo, una persona no deja de ser un ente biológico en medio de una realidad muy compleja, donde otras personas, situaciones, acciones y decisiones van moldeando su cuerpo y su mente a lo largo del tiempo. Una persona es algo muy diferente a ese símbolo estático que se puede observar en los semáforos de cada ciudad del mundo. O quizá sí, quizá el símbolo es la marca distintiva de la humanidad, una acción que tiene como objetivo transmitir un mensaje a otra persona, recordando que no hay un “yo” sin un “otro”. Quizá sea eso, quizá una persona sea una historia que quiere ser escuchada por los demás.


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