“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”
“Ahora me
he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Cuando el físico
Oppenheimer observó la prueba Trinity que confirmaba el éxito de la bomba
atómica, le vino a la cabeza la frase anterior.
El mundo y sus
demonios. El infierno de Dante en un sólo acto en forma de hongo nuclear.
Algunos historiadores afirman que este fue el acontecimiento clave que propició
el fin definitivo de la Segunda Guerra Mundial. Otros, defienden la postura
de que se habría llegado al mismo punto de encuentro sin que Estados Unidos lanzara
las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
La muerte
parando a la muerte. El precio de vencer a Lucifer fue pactar con el padre de
la mentira ¿Se acabó alguna vez la Segunda Guerra Mundial? ¿Se puso fin al
Holocausto? Se puso. Pero no se derrumbaron los cimientos de las
estructuras de poder que perpetuaron tales crímenes: el racismo, el miedo,
el odio, el patriarcado, el capitalismo.
Ahora la
humanidad vive con el riesgo en la espalda, como diría Ulrich Beck, en La
sociedad del riesgo; donde siempre existe la posibilidad de que todo se
acabe, de que una amenaza global cambie la vida para siempre. La sociedad
actual es hija de las cámaras de gas de Buchenwald y Auschwitz, de las
bombas atómicas abrasando el suelo de Japón, del Napalm cayendo en la población
de Trang Bang.
El sociólogo
Zygmunt Bauman decía que el Holocausto no era un hecho aislado y extraordinario
que jamás podría volver a ocurrir. El Holocausto era únicamente comprensible
desde las condiciones sociales de la modernidad y el imperialismo. Solo
podía entenderse tal atrocidad observando la historia del colonialismo europeo,
la implantación de la fría lógica optimizadora del capitalismo y su revolución
industrial/productiva y, como reacción a una emancipación de la clase obrera, un
surgimiento del fascismo que buscada atornillar los privilegios de las élites
capitalistas.
No se ha roto
con esas inquietantes sombras alargadas. Los palestinos sufren un apartheid
por parte de los sionistas israelíes, los inmigrantes mueren en el mediterráneo
abandonados y agredidos por el mundo “civilizado”. Europa, paraíso de la
libertad, vuelve a sumergirse en sus demonios. La necropolítica avanza junto
con la extrema derecha, el autoritarismo, el racismo, la misoginia y el
antiecologismo. Los demonios incrustados en la matriz de la modernidad
capitalista son expuestos por estas inercias mortuorias; unos demonios que
ya fueron derrotados, quizá, esta vez, debería la humanidad asegurarse de
hacerlo hasta sus cimientos.
“Lo que ayer fue realidad, en la medida que sus presupuestos fundamentalmente no han variado, es igualmente posible de nuevo hoy; que, pues, el tiempo de lo monstruoso no haya sido más que un simple interregno.”
Günther Anders, nosotros, los hijos de Eichmann (1964).
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