Amma, amare, amor

 Amma, amare, amor


 
Las mujeres de la imagen llevaron su romance en secreto, pero una de ellas pudo contárselo a su nieta enseñándole esta foto de 1940. Fuente: Tumblr (arge-minis).

Uno de los primeros sociólogos que trataron el amor como objeto de estudio sociológico fue Simmel. El berlinés plasmó una visión del amor desde tres vertientes: como sentimiento, como forma de comunicación y como un rito social.

Desde estos tres anclajes vamos observando como las relaciones, los emparejamientos y la afectividad están ligadas intrínsecamente al tipo de sociedad de la que forman parte. El también sociólogo Maurice Halbawchs, afirmó siguiendo esta premisa que la alegría, el odio, el dolor y también el amor, emociones universales todas, sólo pueden comprenderse “bajo la forma de reacciones colectivas”.

Es decir, la sociedad influye tanto en nuestra manera de sentir el mundo que acaba marcando el cómo y el qué sentir. El amor, por tanto, está traspasado por un momento histórico concreto, por el grupo social al que pertenecemos y por las dimensiones como el género, la etnia o la clase.

Ejemplo de esto nos lo otorga Malinowski, pionero de la antropología social, mostrando como en la sociedad trobriandesa morder y arañar al otro era la forma reconocida de excitación erótica, siendo el equivalente a los besos con lengua; que sería el ritual utilizado y universalizado por la cultura occidental.

El sociólogo contemporáneo Loïc Wacquant, entiende el amor a través de un juego dentro del mercado social, donde buscamos emparejamiento en relación el capital económico, cultural o físico del otro. Wacquant argumenta que, normalmente, la suma de todos los otros capitales en nuestra elección debería ser percibida como equivalente al propio. Además, el habitus (conjunto de disposiciones mentales inconscientes adquiridas en la socialización que nos configuran), se pone en funcionamiento dentro de un espacio social donde nuestros cuerpos interactúan. Es por esto, que incluso si tenemos atracción sexoafectiva con alguien con un habitus muy distinto, a la larga, según Wacquant, esas personas se encontrarán en serias dificultades para comprenderse, entenderse y gustarse mutuamente.

Si percibo en otra persona principalmente la superficie, percibo principalmente las diferencias, eso que nos separa. Si me introduzco en su interior, percibo su identidad, nuestra relación de hermandad.

Erich Fromm


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